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Foto del escritorMonse González

Nos unió nuestra historia

“Es la primera vez que me atrevo a alzar la voz”, se escuchó después de un largo minuto de silencio que se hizo por las desaparcadas y víctimas de feminicidio en el país, minuto que llenó de lagrimas los ojos de algunas mujeres, hizo que otras se arrodillaran y que otras cuantas se abrazaran. Estas palabras hicieron que todas las mujeres que estaban formando un círculo la arroparan y se acercaran a escuchar lo que tenía por decir. “Mi exnovio abusó de mi en una fiesta y me tomo años darme cuenta que, eso que pasó fue abuso”. No pasó ni un segundo para que todas las mujeres ahí presentes entonaran un “yo te creo”.

Se dio pie a la caravana de autos anual (que lleva ya 3 años) encabezada por la colectiva RAMÉ FEM, saliendo de la Santa Cruz del Pedregal, para posteriormente recorrer Las Flores, Av. Toluca, Rómulo O´Farril, Las Águilas y culminar en el parque de Axomiatla.

6pm y se comienzan a escuchar los pitidos de los autos dando inicio al recorrido por la zona sur de la CDMX, llenos de carteles y frases escritas en los vidrios, los autos de la caravana pintaron el sur de la ciudad de morado. Mujeres y niñas gritando consigas desde sus ventanas, cantando y luchando. Gritaban desde sus ventanas a las mujeres que estaban caminando por las calles para que por una vez en el año no tuvieran miedo de que les gritaran algo desde un auto y solo se escuchara un “yo te creo hermana” o “lo hacemos por ti”.

Fueron, mujeres, taxistas, camioneros,ubers entre muchos otros que se unieron a lo que parecía ser un simple pitido de claxon pero que en realidad significó un día más de lucha, visiblizando que hay mujeres en toda la ciudad, que todas viven injusticias y que son muchas las que exigen justicia.

El viento en el cabello de las mujeres que desde su auto gritaban, los pañuelos morados que salían de los carros pero que también colgaban de las ventanas de los departamentos y casas de la zona, mujeres que salieron por unos minutos a la banqueta para acompañar el sonido de la caravana, crearon un ambiente de completo compañerismo y acompañamiento desde la trinchera de cada una.

Mujeres a las que posiblemente se les cruzó la caravana pintaron una sonrisa en su rostro al escuchar que también se les hablaba a ellas. Los semáforos se convirtieron en el momento perfecto para bajar la ventana y gritarse entre hermanas. Desde un microbús una niña logó ver lo que no sólo un carro sino casi 40 querían gritarle, que no está sola, inmediatamente tuvo una sonrisa y alzó su pulgar, después, tocó el hombro de quien parecía ser su madre para que dentro del hartazgo del movimiento en una ciudad tan caótica como lo es la capital del país, lograra ver que hay mujeres como ella luchando por justicia, por derechos y creando un mejor futuro para esa niña que se asomó desde aquella ventana.

Mientras se realizaba el registro de las asistentes en los autos y las placas por seguridad, se escuchó un “sí, esta es una forma muy privilegiada de manifestar”, la respuesta a esto: “cada una hace lo que puede desde sus posibilidades” y con ello finalizó esa conversación que sin querer, abrió una conversación entera al finalizar el recorrido. Sorpresivamente, la mayoría de las asistentes a esta caravana fueron niñas de entre 5 y 8 años, una de las madres de estas niñas dijo “es importante que comencemos a inculcarles desde niñas a no quedarse calladas y que existen muchas mujeres afuera que nos cuidan”. Fue ahí cuando el semblante de la mujer que aseguraba que era una forma privilegiada de manifestarse cambió por completo a un rostro que emitía ternura por la niña que abrazaba a su madre y por el apoyo y fuerza que esa mamá le estaba dando a su hija.

Los rostros de enojo, impotencia y tristeza inundaron el parque de Axomiatla, la caravana de autos terminó, pero la protesta parecía que apenas daba inicio. Todas comenzaron a cantar para terminar con un y que retiemble en sus centros la tierra al sonoro rugir del amor. Se abrió un espacio para que cada una si así lo deseaba contara su historia, y así fue como la primera (a quién se cita al inico de esta crónica) se armó de valor, contó su historia y después fue la segunda y así hasta que ya habían pasado más de 10 mujeres a hablar lo que por años callaron, por lo que las hicieron sentir culpables, por lo que las humillaron. “No sabía que era abuso”, “mi exnovio abusó de mi”, “denuncié y no hicieron nada” fueron palabras que se repitieron en más de un testimonio. Madres que no apoyaban el movimiento fueron las que más gritaron porque sabían que habían tocado a sus hijas y se convirtieron en aliadas, amigas que no sabían que con la mujer que convivían diario había sido abusada, hermanas que se abrazaban porque conocían la historia de la otra. El parque se volvió el lugar seguro que muchas no habían podido encontrar y que aún desde el “privilegio” del que hablaban al inicio de la caravana, todas gritaban “ni una más” porque no importó de donde venía cada una, lo que las unió fueron sus historias, su lucha.


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