“Por mi patria doy la vida”, esa es la frase que decía la perrera que portaba en su cuello el militar Pedro D., menciona su hija.
A los 15 años el señor Pedro decidió internarse en el Heroico Colegio Militar durante 4 años de su vida, fueron años de altas y bajas donde le impusieron una estricta disciplina, desarrolló hábitos deportivos y obtuvo una formación difícil, en donde el sistema arrasó y modificó completamente su forma de pensar. Prácticamente le cambiaron su perspectiva hacia el mundo y las personas, creando un fiel aliado para el mismo Gobierno que estaba dispuesto a arrojarlo como un puerco al matadero.
Posteriormente, decidió formar una familia sabiendo el riesgo y el juramento que le prometió a su Nación, así que todos los días estaba consciente de la exposición que tenía y en cualquier momento podía perder la vida en alguna investigación, aprehensión o misión, pero para él su pasión por el trabajo era más importante que nada.
Después de una larga trayectoría de 34 años sirviendo por y para su país, decidió que era hora de trámitar el retiro para su jubilación, porque es cierto que la identidad y simbolismo mexicano que desarrolló a lo largo de su vida, pocas personas lo poseen. Sin embargo, todo sueño tiene un sacrificio y el precio por ser militar lo pagó con su familia.
Ser un hijo, esposo y padre ausente la mayoría de los años es un vacío que se va acumulando. Su hija era víctima de las consecuencias de su trabajo, ella sentía la soledad cada que apagaba las velas de cumpleaños, cada vez que recibió abrazos superficiales en fiestas decembrinas, también sintió envidia al jugar en los parques o en cada ocasión que concluyó un logro sin una figura paterna es algo que vivió durante veintidós años, pero sabía que su padre la amaba de la manera incomprensible y distante de los militares.
Además el Capitán decidió emitir su retiro porque los años transcurrían, su cuerpo ya no era como el de aquél jóven de quince años y principalmente anhelaba pasar tiempo de calidad con su familia, pero sobretodo quería cumplir con la promesa de acompañar a su hija en sus logros y soñaba con asisitir a la ceremonía de titulación de la carrera, porque ahora podía formar parte del cierre académico a pesar de que no estuvo desde un inicio.
El pasado 9 de septiembre ella formó parte de una premiación en la universidad, un evento académico en el que podía asistir su padre pero una vez más no podía porque se encontraba en Chihuahua persiguiendo algún narcotraficante.
Al día siguiente, el militar le escribió un mensaje de “Buenos días, campeona” como de costumbre, hablaron unos cuantos textos más y en la noche después de disfrutar algunos kilómetros corriendo como todos los días, para las 22:49 horas le hizó llegar una imagen de su ruta y escribió -“Si ya vas a dormir descansa, hija. Te extraño y te quiero”-. Ese fue el último mensaje que ella recibió de parte de su padre después de que en la madrugada del 10 de septiembre sus compañeros y él entraran en conflicto en la base de Creel, Chihuahua. Solamente 32 escasos y dolorosos minutos pudo resistir el militar después de que lo llevarán a urgencias por las heridas del enfrentamiento.
Pedro D., prefirió defender a su nación sin importar que la muerte rondaba durante los kilómetros que corrió, como si una parte de él hubiese querido alejarse del miedo a morir, pero aunque él eligió a su país la muerte lo eligió a él.
Sin imaginarlo, sin pensarlo y sin creerlo de un día para otro ahora su hija y su familia presentaban el duelo más fuerte que habían vivido, es decir, desde las entrañas más profundas de dolor, viviendo un ataque de sentimientos y un camino próximo de vacío.
Han transcurrido meses pero para su hija siguen siendo días en donde hablar se convierte en un arma de doble filo, los consejos de una especialista son indiferentes y las letras que escribe en su diario no bastan para curar su alma, porque el golpe de realidad que tuvo que enfrentar al ver a su padre en un ataúd, enterrando recuerdos, risas y sueños, se convierten en indignación y negación. Dónde las promesas de estar próximos en su graduación se quedan en promesas vacías al igual que todo lo que alguna vez ellos se prometieron.
El sentido de pertenencia que un militar tiene y que lleva impregnado en sus venas siguiendo ordenes directas hasta entregar tu propia vida para defender a su país, es una elección que probablemente ni siquiera lo que protegía tiene salvación del mal que se respira todos los días, pero sí se convierten en los actos de servicio más admirables que pueden existir.
Así que aunque la pena de una hija marque el duelo de un pasado, la pérdida siempre hará que viva en el pasado.
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