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Foto del escritorSantiago Sande

9 de Marzo: El día que reinó el silencio

Actualizado: 15 mar 2023

Para las personas que tenemos al español como nuestra lengua nativa, uno de los dichos más utilizados dentro del hogar es “uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, frase que, aparte de fungir como un diálogo cliché en gran parte de las películas comerciales, posee en sí misma una gran verdad.


Las personas valoran la salud ante una repentina enfermedad, como el sabor de los alimentos en la insipidez de los mismos durante una gripe. También valoramos el hogar y a la familia cuando estamos lejos de ella, lo cual nos produce la pena de la nostalgia. La gente añora la calidez en periodos invernales y extraña la frescura durante el verano; el ser humano resulta bastante contradictorio


El jueves 9 de marzo comenzaba como un día cualquiera previo a la llegada de la primavera; temperaturas arriba de los 20 grados y las jacarandas floreciendo de los árboles de la Ciudad de México, la cual, como toda gran urbe, parece que nunca descansa.


Mediante el uso del transporte público, uno es capaz de detectar algún síntoma que esté afectando a la ciudad; si ves una marea de playeras verdes, significa que está jugando la siempre criticada Selección mexicana; si te encuentras a personas llevando carteles o lonas de considerable tamaño, seguramente alguna manifestación se acerca; o también está la posibilidad de que, ante la ausencia de usuarios, el ritmo cardíaco de la ciudad haya descendido, dando a entender de que niños y adultos se encuentran en sus escuelas y trabajos, respectivamente.


Sin embargo, este 9 de marzo fue la excepción, pareciera que el paro nacional opcional para un sector de la población no fue suficiente para producirle algún síntoma a la capital mexicana, al menos en sus entrañas.


Cuando llegó el momento de abandonar el metro, el primer indicio del 9 de marzo ocurrió: el puesto de periódicos afuera de la estación Patriotismo, que ve pasar a cientos de estudiantes y profesionistas diariamente, estaba incompleto; aunque el puesto operaba como siempre, su sello distintivo estaba ausente.


Cada vez que alguien se acerque a una universidad, inmediatamente escuchará el tumulto que emana del lugar, donde las indistinguibles conversaciones de estudiantes y docentes viajan a través del viento; sin embargo, en este día, el silencio se impuso sobre cualquier sonido.


Para mi sorpresa, entrando al campus 2 con destino a clases, pude observar la presencia de aquellas personas que no deberían estar ahí. Entre algunas de ellas, estaba una vieja amistad: Livia, estudiante de Administración, quien no tenía la intención de asistir aquel día, pero tuvo la buena voluntad de apoyar en cuestiones académicas a un compañero mío.


“Siento que es el único día que tenemos la oportunidad de que los demás, en específico los hombres, se den cuenta de cómo es un día o, al menos, cómo podría ser la vida si no estuviéramos nosotras”, mencionó Livia ante la importancia del 9 de marzo.

A la par que respondía a mis preguntas, me percaté del atípico eco que generaban sus palabras ante el vacío de los pasillos.


“Es una experiencia rara, en la que me hubiera gustado participar [...] pero en realidad siento que sí está funcionando y se está cumpliendo lo que se quería cumplir” concluyó Livia.

Como alguien ajeno al suceso, su perspectiva positiva respecto a los efectos del paro se mantuvo en mi cabeza mientras me dirigía a mi clase.


Durante la breve clase de asesoría, donde las correcciones de un trabajo previo fueron lo más sobresaliente, el vacío que había percibido no sólo se encontraba en los pasillos, sino también en mis pensamientos. A pesar de estar acompañado por mis compañeros, el sentimiento de soledad no cesaba ante la ausencia de las demás.


Tras llegar al campus 1, el principal, se escuchó de repente el potente sonido de una sirena; ante la constante preocupación por un posible sismo, los estudiantes reaccionamos para ver que estaba ocurriendo. Al finalizar la sirena, en la lejanía retumbó el grito de “Alerta, alerta”, continuado con “La Salle no te cuida, me cuidan mis amigas”.


Mientras el sonido aumentaba, un contingente de manifestantes se acercaba. Vestidas de verde y morado, las estudiantes cruzaron el campus hasta asentarse en frente a las escaleras centrales, dándole la espalda al fundador de la institución, San Juan Bautista De La Salle.

Andrea, una de las integrantes del contingente y a quien conocí hace un par de semestres, también respondió amablemente mis cuestionamientos. “Después de tantos años y de tantas denuncias, nadie alcanza a entender qué, más allá de la violencia, el feminicidio en México es un problema muy grande y nadie le da importancia”, destacó.


Contrario al pensamiento de Livia, Andrea ve con un panorama distinto el recibimiento del paro por parte de los hombres. “Son los que menos solidarios y empáticos, creo que no se lo toman en serio. Para ellos es un día más o un día que festejar porque sus actividades también se ven indirectamente afectadas, entonces la verdad, hasta ahorita, no conozco a alguien que se tome como el movimiento con importancia.”


Tras un par de minutos, contacté a mi amigo Antonio, Toño para los amigos. Para él, al ser estudiante de Derecho, el debate es un elemento crucial en el desarrollo de sus clases, donde la diversidad de opiniones y argumentos enriquece el aprendizaje de los alumnos.


“Siento que la propuesta femenina es muy distinta, y la verdad, creo que sí es innovadora y totalmente disruptiva en muchos sentidos. El cuestionamiento es siempre palpable en las clases, o sea, siempre mis compañeras participan y aportan algo distinto algo que, a lo mejor, yo no podría desde un privilegio que tenemos o desde la cotidianidad del hombre”, mencionó Toño.


La luna en el cénit marcó el regreso a casa y el final de un 9 de marzo más inusual de lo que tenía acostumbrado. El sepulcral silencio de quienes no estaban se convirtió en sus gritos de lucha y la añoranza por su ausencia en un cargo de conciencia.


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